Todo el dilema es este: o bien la simulación es irreversible y no existe nada más allá de ella, no se trata siquiera de un acontecimiento sino de nuestra banalidad absoluta, de una obscenidad cotidiana... o bien existe de todos modos un arte de la simulación, una cualidad irónica que resucita una y otra vez las apariencias del mundo para destruirlas. De lo contrario, el arte no haría otra cosa, como suele suceder hoy, que encarnizarse sobre su propio cadáver. No hay que sumar lo mismo a lo mismo, y así sucesivam..